domingo, 13 de febrero de 2011

No hay fin, solo una página en blanco.

“Los griegos creían que las cosas ocurrían para que los hombres tuvieran algo que cantar. Las guerras, los desencuentros, los amores trágicos, los horrendos crímenes, las gestas heroicas: todo tenía para los dioses impíos el único fin de proporcionar tema a los cantores.” Alejandro Dolina


Viajar y narrar aparecen como dos acciones estrechamente relacionadas entre sí. Los viajes nos proporcionan temas de conversación, anécdotas, e historias para desarrollar al regreso de los mismos. Nos permiten captar la atención de un público que consideramos importante y nos convierten en protagonistas y centros de atención. Esto nos hace pensar: ¿viajamos para disfrutar de un nuevo paisaje, o lo hacemos para retener un poco de atención y tener “algo que cantar”?

Armamos valijas, organizamos encuentros, escribimos itinerarios, nos informamos acerca de los lugares más interesantes que podemos visitar, construimos ilusiones, imaginamos situaciones, y todo ¿para qué? Ese es el punto de partida de este ensayo: los viajes no terminan hasta que uno narra lo que vivió. Martín Caparrós expone: “el temor de que ya no pueda viajar sin la excusa de un relato futuro” , y, ¿acaso no es esto cierto?, ¿acaso no pensamos como se sorprenderá determinada persona al escuchar alguna de nuestras grandes hazañas? Todo en un viaje nos ayuda a construir un auditorio imaginario, cada paso que damos nos guía a través de una historia que, ya cuando los hechos suceden, estamos comenzando a pensar de qué forma la contaremos. Cuando pisamos una tierra desconocida somos como una página en blanco, como esa página que empezamos a llenar en el momento de partir hacia ese nuevo destino.
Nos predisponemos a situaciones diferentes dependiendo del viaje que realizamos, cada uno es especial, cada uno nos deja una enseñanza, un aprendizaje, un amigo, un reencuentro. Siempre tenemos expectativas de ese lugar nuevo, esperamos que los viajes nos transformen en verdaderos contadores de historias, y que nos den las herramientas para observar cada detalle ya que todo lo visto nos resulta nuevo y lo que consideramos propio nos sorprende de igual manera, solo por el hecho de estar en otro contexto. Jorge Monteleone dice: “el relato de viaje ofrecerá un mutuo descubrimiento” , un descubrimiento de un lugar con el que quizás soñamos toda la vida y uno acerca de cómo nos paramos en ese lugar, cómo actuamos, qué es lo que miramos. A la hora de enfrentarnos a algo desconocido, nunca sabemos si aprovecharemos las situaciones, si miraremos lo suficiente, si nos bañaremos en la novedad. Lo indispensable es estar dispuesto a todo, con ganas de nutrirse de nuevas experiencias, un buen viajero debe cruzar los límites, probar nuevos sabores.
El relato de viaje podría describirse como una historia acerca de una experiencia personal plagada de anécdotas “medianamente” ciertas. Todos los viajeros al narrar nuestro viaje exageramos situaciones, mentimos, de alguna forma, para que nuestro relato sea aun más gustoso. Si nos perdimos en un bosque y la situación amerita tener un poco de miedo, al volver, ese bosque será descripto como enorme, repleto de árboles altísimos, y con ruidos que asustarían a cualquier, sin olvidar que seria una noche completamente oscura. Si conocimos a una persona interesante siempre será más hermosa de lo que realmente es y tendrá un interés muy fuerte en nosotros. Cuando somos nosotros los que relatamos la historia una pequeña mentira no se condena.
Bacon aconseja: “No se apresure a relatar historias” por eso y partiendo de esta idea, propongo que no nos dejemos llevar solo por las emociones que implica un viaje, si no que escribamos diarios, re-pensemos nuestras historias, convirtámonos en protagonistas, en narradores, no nos enviciemos con el frenesí de la llegada. Que el regreso no sea el final de nuestro viaje. Convirtamos la vuelta en el principio de nuestra historia, en el momento de sentarnos a reflexionar acerca de lo vivido: momento de página en blanco. Revivamos los lugares más apasionantes y ahora si, con el tiempo a nuestro favor y sin la emoción del volver, dejémonos llevar por la calidez del papel y seamos, por fin, los dueños y señores de nuestro relatos.
Con estas reflexiones llegamos a la conclusión que leer o escuchar un diario de viaje es la forma más barata de recorrer el mundo, pero al mismo tiempo la menos interesante, ya que conocemos los diferentes lugares en boca de otros, con los ojos de otros y con las historias de vida de otros.

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