domingo, 13 de febrero de 2011

Viernes 9 de julio.

Viernes 9 de julio

7:00
Me levanté hace una hora, creo que la ansiedad fue mi despertador. Mi casa hoy es el punto de salida y podría decir que hasta la veo extraña.
No veo la hora de tomarme el micro y compartir esas 5 horas con él. Se que debe estar un poco enojado, pero tiene que entender mi “no”, es fuerte, es muy rápido. En el viaje se le va a pasar.
Tengo que calentar el agua, un viaje sin mate, no es viaje. No me puedo olvidar el cepillo de dientes. Y... creo que nada mas, no me olvido nada. Voy a llamar al remis.
8:30
Retiro es un caos, una jungla de animales que luchan, que cuidan su manada, su alimento, sus pertenencias. Se persiguen, se miran, se huelen. Rituales constantes, inspección de papeles con números, horarios de partida, corridas. El reloj marca absolutamente todo, incluyendo mi día.
Entiendo que moleste la espera, la otra gente, pero la gran mayoría se va de vacaciones, no se por qué no empiezan a disfrutar ahora.
Lo busco y no lo veo, espero que no llegue tarde hoy. ¿Se habrá quedado dormido? Detesto esperar. En 15 minutos llega el micro, ahora me voy a empezar a comer la cabeza.
8:39
No esta. No llega. No me atiende. Siguen las luchas entre los animales, ahora por los asientos que se liberan.
8:47
No llegó. Me subí al micro sola. Miro por la ventana a la gente despidiendo a los seres queridos y no me gusta esa tradición, me hace sentir que soy parte de un zoológico, todos mirándome, todos esperando que los saludes.
Pareciera que los animales empiezan a cansarse. Una vez que arrancó el micro todo comenzó a silenciarse. Los animales parecen sedados.
Me siento mal. Quiero llorar pero las lágrimas están de huelga. Se niegan a dejarme, por lo menos me siento un poco “acompañada”.
9:30
Dormir se hace imposible. Sonó mi celular y era mamá, quería saber cómo estaba todo, no le conté que no llego, no quiero que se preocupe.
9:31
Apareció la primera lágrima. Podría decir que hasta me sorprendió un poco.
13:30
Llegué. Conseguir un taxi fue imposible, colas interminables, gente enojada y molesta nuevamente, la jungla se hace presente, las mismas discusiones se escuchan de fondo, los mismos instintos.
Finalmente llegué al departamento, y él sigue sin llamarme. Sigo pensando si fue lo mejor venir.
Por lo poco que vi de Mar del Plata está más linda que nunca, y sin embargo se me hace imposible apreciar esa belleza, mi día se oscurece cada vez más. Ésta va a ser mi casa hasta el domingo: Colon y Arenales siempre me tatuó lindos recuerdos, el siempre se rompe hoy.
15:00
Desarme la valija solo para sacar las sabanas, hice la cama y me acosté. Dolor de cabeza muy fuerte, muchos cigarrillos en el cenicero y una pena enorme que me invadie. Intento dormir.
15:41
Me acosté sabiendo que dormir iba a ser imposible, me levante por inercia. Hice café y pedí una pizza, no son la mejor combinación, pero el estomago hoy, es lo que menos importa.
Cada reencuentro con este departamento me trae recuerdos de situaciones donde todo era más sencillo, y el amor significaba agarrarse de las manos. Hoy las realidades son diferentes y me duele estar sola acá. La soledad no se elije. La soledad marca los corazones. Nadie quiere estar solo y menos cuando se está lejos.
17:03
Él sigue sin llamarme. ¿Podría ser mi “no” el culpable de que él no haya llegado? ¿Realmente no entendió lo que le dije? Solo pedí tiempo y un poco de comprensión. ¿Cómo puede tirar 3 años de relación por la borda? ¿Cómo puede generarme este sentimiento de soledad, sabiendo cuanto odio estar sola?
17:30
Ya pase la etapa de preguntas y egoísmo. Entendí que él también debe estar sufriendo. No se si volver a llamarlo.
17:31
Aparece la segunda lágrima, seguida de miles más.
18:00
Siguen modificándose los sentimientos y es el turno del miedo. Me dejó. No necesito que llame y me lo diga, a veces las acciones explican más que las palabras. Más lágrimas, más cigarrillos, cero llamadas.
18:45
Me bañe y decidí salir. No voy a seguir esperándolo, deje el celular en el departamento.
Estoy yendo a la playa. A comparación de todos mis viajes al mar, hoy tarde más en buscarlo. Siempre seguí la misma tradición: llegar, dejar las cosas e ir a verlo, con sus olas, con su viento, nunca me molestó que él me despeine el flequillo. Necesito eso: fuerza, el viento incontrolable, pero no me dio el gusto. Hoy esta sereno.
19:30
Muchos minutos disfrutándolo y contemplando su tranquilidad. No hay nadie en la playa. Se oye el ruido del mar, el olor de la arena. Se siente la tranquilidad de Mar del Plata en invierno. Yo estoy acá, pensado y secándome las lágrimas que todos desconocen, por momentos me hace bien estar sola.
22:45
Estoy volviendo a casa. Una pareja camina adelante mío, ella lo abraza, él ni la mira. Ese hombre muestra un desinterés asqueroso que me genera mucho miedo. Tengo ganas de gritarle, de pegarle. Me quede callada y quieta. Seguí caminando.
23:00
Volví al departamento. Nadie me llamó. No voy a comer. Voy a intentar dormir y nada más.

Sábado 10 de julio

10:30
Me acabo de despertar, miro la temperatura: dos grados bajo cero. Preparo el mate y me voy a la playa nuevamente.
11:30
El frió me congela la punta de la nariz y me seca los labios. Mi cabeza explota de tanto pensarlo, quiero respuestas. Sopla el viento y hace un ruido muy particular, una especie de silbido. No hay abrigo que aguante esta helada. Yo sigo acá esperando no se qué y viendo como todo a mi alrededor se hela también.
Noté lo importante que era sentirlo cerca.
Trato de pensar en otra cosa para poder soportar este clima, pero es imposible, queda poco tiempo y me sigo congelando. No quiero terminar como esa gente, con la mirada perdida y triste en este frió inaguantable.
Hago lo posible por mantener el calor, pero las personas no ayudan, todo lo contrario, me quitan la ropa. De a poco el clima se intensificaba y me veo congelada y muerta de frió. De repente el mundo se quedo quieto, y el frió seso. Sonó mi celular. Era él. Estaba en la puerta del departamento.
12:36
Camino hacia el departamento y no paro de pensar por qué me dejo plantada. ¿Lo abrazo? No. Se me cruza la bronca y el alivio, la alegría de que este acá y la tristeza de haberme sentido tan sola, de que no le haya importado.
12:37
Tengo miedo.
12:38
No paro de temblar. No se a qué vino. ¿Por qué no me llamo? ¿No me podía avisar? Tengo mucha bronca. Otra vez las lágrimas volvieron a mis ojos. Otra vez las preguntas y el egoísmo. Siento mucho frío.
12:43
Lo veo de lejos y esta hermoso. Tengo mucho miedo, realmente no se hasta que punto quiero llegar hasta donde esta él.
Hace una semana a esta misma hora era él el que tenía los ojos llenos de lágrimas. Era él el que me decía que quería compartir toda su vida conmigo y sin embargo no vino. Hace una semana era él el que se arrodillaba y me pedía que me case con él.
12:44
Me abrazo. Me intento besar, no lo dejé.
12:46
Subimos al departamento, inmediatamente me puse a llorar. Le grite cosas horribles, le expliqué como me sentí todas esas horas sin saber nada de él, desentendida de todo.
15:27
Record de discusión: casi tres horas. Gritos, lágrimas, reclamos, enojos. Encallados en la etapa de reproches, los dos nos decimos todo lo que pensamos, los dos, mejor dicho, hablamos sin pensar, los dos nos lastimamos, los dos estamos furiosos.
“Me sentí solo, vacío y rechazado”
“Me sentí triste, sola e idiota”
La soledad es un factor común.
15:56
Justo cuando parece que todo puede calmarse una simple frase lo desordena. “Es muy claro que no me amas más.” Siempre fui fanática de los extremos. Me abrazó. Me repitió una y mil veces que soy la razón de su vida. Estoy descubriendo que el enojo genera sordera temporal; nunca me di cuenta de lo hermosas que eran esas palabras que me dijo.
16:12
Ya más calmada le explique que su pregunta me dio miedo, que mi “no” no simbolizó un rechazo, simplemente una sorpresa. Me aterré, pero sin embargo fue uno de los momentos más hermosos, darme cuenta que el resto de mi vida iba a ser a su lado.
Intentando explicarle mi punto de vista los “te amo” se me caían de la boca, y ahí, justo ahí, cuando se caían cada cinco palabras me pudo entender, y yo a él.
16:22
Me intentó besar, y lo deje.
16:24
Me pidió que me case con él nuevamente, solo que ahora mi respuesta fue diferente. Mi miedo ya no era el mismo, mi miedo ahora era pasar un segundo más de mi vida sin él.

No hay fin, solo una página en blanco.

“Los griegos creían que las cosas ocurrían para que los hombres tuvieran algo que cantar. Las guerras, los desencuentros, los amores trágicos, los horrendos crímenes, las gestas heroicas: todo tenía para los dioses impíos el único fin de proporcionar tema a los cantores.” Alejandro Dolina


Viajar y narrar aparecen como dos acciones estrechamente relacionadas entre sí. Los viajes nos proporcionan temas de conversación, anécdotas, e historias para desarrollar al regreso de los mismos. Nos permiten captar la atención de un público que consideramos importante y nos convierten en protagonistas y centros de atención. Esto nos hace pensar: ¿viajamos para disfrutar de un nuevo paisaje, o lo hacemos para retener un poco de atención y tener “algo que cantar”?

Armamos valijas, organizamos encuentros, escribimos itinerarios, nos informamos acerca de los lugares más interesantes que podemos visitar, construimos ilusiones, imaginamos situaciones, y todo ¿para qué? Ese es el punto de partida de este ensayo: los viajes no terminan hasta que uno narra lo que vivió. Martín Caparrós expone: “el temor de que ya no pueda viajar sin la excusa de un relato futuro” , y, ¿acaso no es esto cierto?, ¿acaso no pensamos como se sorprenderá determinada persona al escuchar alguna de nuestras grandes hazañas? Todo en un viaje nos ayuda a construir un auditorio imaginario, cada paso que damos nos guía a través de una historia que, ya cuando los hechos suceden, estamos comenzando a pensar de qué forma la contaremos. Cuando pisamos una tierra desconocida somos como una página en blanco, como esa página que empezamos a llenar en el momento de partir hacia ese nuevo destino.
Nos predisponemos a situaciones diferentes dependiendo del viaje que realizamos, cada uno es especial, cada uno nos deja una enseñanza, un aprendizaje, un amigo, un reencuentro. Siempre tenemos expectativas de ese lugar nuevo, esperamos que los viajes nos transformen en verdaderos contadores de historias, y que nos den las herramientas para observar cada detalle ya que todo lo visto nos resulta nuevo y lo que consideramos propio nos sorprende de igual manera, solo por el hecho de estar en otro contexto. Jorge Monteleone dice: “el relato de viaje ofrecerá un mutuo descubrimiento” , un descubrimiento de un lugar con el que quizás soñamos toda la vida y uno acerca de cómo nos paramos en ese lugar, cómo actuamos, qué es lo que miramos. A la hora de enfrentarnos a algo desconocido, nunca sabemos si aprovecharemos las situaciones, si miraremos lo suficiente, si nos bañaremos en la novedad. Lo indispensable es estar dispuesto a todo, con ganas de nutrirse de nuevas experiencias, un buen viajero debe cruzar los límites, probar nuevos sabores.
El relato de viaje podría describirse como una historia acerca de una experiencia personal plagada de anécdotas “medianamente” ciertas. Todos los viajeros al narrar nuestro viaje exageramos situaciones, mentimos, de alguna forma, para que nuestro relato sea aun más gustoso. Si nos perdimos en un bosque y la situación amerita tener un poco de miedo, al volver, ese bosque será descripto como enorme, repleto de árboles altísimos, y con ruidos que asustarían a cualquier, sin olvidar que seria una noche completamente oscura. Si conocimos a una persona interesante siempre será más hermosa de lo que realmente es y tendrá un interés muy fuerte en nosotros. Cuando somos nosotros los que relatamos la historia una pequeña mentira no se condena.
Bacon aconseja: “No se apresure a relatar historias” por eso y partiendo de esta idea, propongo que no nos dejemos llevar solo por las emociones que implica un viaje, si no que escribamos diarios, re-pensemos nuestras historias, convirtámonos en protagonistas, en narradores, no nos enviciemos con el frenesí de la llegada. Que el regreso no sea el final de nuestro viaje. Convirtamos la vuelta en el principio de nuestra historia, en el momento de sentarnos a reflexionar acerca de lo vivido: momento de página en blanco. Revivamos los lugares más apasionantes y ahora si, con el tiempo a nuestro favor y sin la emoción del volver, dejémonos llevar por la calidez del papel y seamos, por fin, los dueños y señores de nuestro relatos.
Con estas reflexiones llegamos a la conclusión que leer o escuchar un diario de viaje es la forma más barata de recorrer el mundo, pero al mismo tiempo la menos interesante, ya que conocemos los diferentes lugares en boca de otros, con los ojos de otros y con las historias de vida de otros.

Zoom

Una historia que comienza desde mi punto de vista, desde cómo yo veo el mundo, cómo yo lo comprendo. Miro por una pequeña lupa y hay un lugar lleno de algo que parece gente. Por lo menos eso se ve a primera vista: un mundo de alfileres.
Me acerco un poco más a ese lugar desconocido y no logro ver mejor, simplemente se agudizan los sonidos. Se escuchan gritos, casi aullidos, no distingo si es risa o llanto. Los alfileres se agrandan.
Finalmente puedo distinguir, muy a lo lejos, algunos espacios que podría describir como “conocidos”. Edificios, plazas, comercios.
Mi visión cinematográfica sigue acercando esta especie de cámara y cada vez se divisan de forma más clara las cosas. Este lugar, que casi considero conocido, esta lleno de gente llorando. Lleno de gente lastimándose. Empiezo a formar parte de ese ambiente y lo siento pesado, el aire está espeso. Me doy cuenta de que escucho una risa muy bajita. ¿Será posible que alguien, en este mundo de lágrimas, siga sintiendo la necesidad de reír? Me sorprendo por un segundo e inmediatamente comienzo a buscar la risa, en realidad busco a la persona que ríe, a esa persona diferente.
Mi mirada se aún más profundiza: veo menos gente, las mismas lagrimas pero mas grandes. Ahora también percibo animales sueltos, árboles. A medida de que se achica el rango que observo la risa se intensifica. Sigo sin poder encontrar a esa persona.
Me encuentro completamente fascinada por ese sujeto que logra diferenciarse en esta multitud triste. Y a medida que me acerco distingo que los animales son perros, son gatos, son pájaros, y los árboles son álamos, olmos y eucaliptos. Definitivamente la cámara se acerca a una plaza. Mi espacio se acota a un mundo verde.
Cada vez más rápido, cada vez esta todo más claro. Ya solo veo alrededor de 20 personas, 19 lloran. Ese ser especial parece tener el pelo oscuro y hasta podría decir que tiene una barba muy tupida.
Casi a toda velocidad veo que efectivamente la gente esta llorando, no se porque, pero me da miedo. La cámara se tiene y la imagen se convierte en una fotografía.
Ese hombre que llamo mi atención tiene una remera roja, con un dibujo que aún no logro ver. Acercándome un poco más y afinando la vista veo que esta sosteniendo un libro. Intuyo que es de chistes, ya que esa risa no esta justificada en ese ámbito triste.
Ahora solo lo veo a él y a su remera roja sangre. Su libro ya no se ve. La plaza ya no se ve. La gente, las lágrimas, no se ven. Solo el rojo de su remera. Solo el brillo de su risa. Mi cámara se detiene en su cara, en su sonrisa. ¿Habrá algo que tenga que descifrar?

miércoles, 23 de junio de 2010

Diario de viaje

Salió de la facultad a las 12:40 con la ilusión de ver su cara lo más rápido posible. Era un viaje ni muy corto, ni muy largo, 1:10 aproximadamente. Cruzó la calle Franklin, caminaba rápido, deseaba que los semáforos estuvieran a su favor, escuchaba a chicas que caminaban adelante y dedujo que iban a bailar esa noche porque nombraban diferentes boliches.
Río de Janeiro no emitía los sonidos que ella imaginaba, no era una ciudad alegre, era una calle más que se interponía entre ella y ese hombre que tanto deseaba ver, la cruzó. Siguió por Troilo donde un labrador gigante le saltó encima, no paraba de babearle la cara, ella sonreía porque, a pesar de la distancia que la separaba de su objetivo, estaba muy feliz. Al llegar a Corrientes descendió por las escaleras mecánicas del subte, línea B, y descubrió que ya no le quedaba saldo en su tarjeta “Monedero”. Con bronca y casi refunfuñando se acercó a la ventanilla y le cargo $15. Se paró junto al andén, esperaba ansiosa la llegada del subte, pasaron 10 minutos hasta que ese maldito tren frenó en la Estación Ángel Gallardo, se subió. Por supuesto y como de costumbre no había asientos libres. Apretando fuerte su cartera y haciendo malabares con su carpeta se acerco a un lugar donde pudo agarrarse, casi tropieza dos veces. El viaje continuaba y parecía eterno, miraba a la gente a su alrededor, les inventaba historias: a donde se dirigirían, cuales serian sus nombres y ocupaciones. Cuando el tren frenó se dio cuenta de que estaba en la Estación Pueyrredón, ya solo faltaba medio camino en ese vagón maloliente.
Llanto. Un bebé no paraba de llorar, ella buscaba entre los asientos donde podía estar y nada, no lo veía. Finalmente se topó con su carita, estaba a upa de su mamà. Una ira enorme subió por su garganta y solo quería gritar, ese tipo de situaciones la llenaban de odio, no entendía la falta de respeto, no entendía como nadie pensaba en el otro, nadie le había cedido el asiento. Consideraba que esa “mala costumbre” no era propia de la juventud ya que mucha gente adulta simuló no ver a la madre con el bebé. Pero de repente y sin pedir permiso esa mirada tierna e ingenua la hipnotizó, la ansiedad y la bronca desaparecieron. El bebé logro transmitirle toda su paz.
Toda esta situación duró unos 8 minutos y cuando quiso darse cuenta ya estaba en la estación Carlos Pelegrini, era hora de bajarse. Luchó contra muchas personas pidiendo permiso hasta que logró descender. Subió las escaleras, caminó derecho, pasó los 2 pasillos que permiten hacer combinación con las líneas C y D hasta que llegó a las escaleras que la guiaron a la avenida que da nombre a esa estación. Ya eran las 13:15, el viaje había sido más largo de lo que ella esperaba, ya estaba demasiado impaciente. Mientras se dirigía a la calle Suipacha sonó su celular, era un mensaje de él que decía: “Te extraño, estas cerca?”. Eso la desesperó aún más, se dio cuenta de que los dos estaban sintiendo lo mismo. Tuvo la suerte de que el 70 decidiera aparecer rápidamente, subió casi volando, “ $1,25 por favor”.

Diario de viaje 2

No estaba lleno, pudo sentarse. Sacó textos de Comunicación y comenzó a leer, fijó su atención en eso hasta que una pareja comenzó a discutir. Se reclamaban infidelidades, gritaban, todo el mundo los miraba. Intentó seguir leyendo pero no pudo, todos tenemos un poco de morbo, las discusiones al igual que las peleas callejeras y los accidentes de transito siempre, pero siempre captan nuestra atención, no importa lo que estábamos haciendo, frenamos todo solo para ver. Finalmente descendieron del colectivo, y cuando creyó que podía seguir con sus apuntes otra situación la distrajo: una manifestación. No podía ver nada ya que el colectivo cambió su recorrido, pero escuchaba los bombos, los cantos, suponía que habrían cortado la calle Piedras. Imaginó banderas, caras tapadas, gritos y reclamos, seguía sin poder ver nada. Cuando el transito se normalizo volvió a pensar en él, cada vez faltaba menos.
Eran las 13:28 y estaba a 20 cuadras, después de tantas distracciones: bebes llorando, mensajes de texto tiernos, discusiones y manifestaciones pudo, por fin y aunque solo por unos minutos, fijar su atención en los libros, leyó a Marcuse, a Mill e intentó relacionar todo lo que decían pero fue imposible, continuamente viajaba a los lugares que consideraba más hermosos: sus brazos, su boca, tardes y tardes de mate y charla, noches llenas de silencios, situaciones que realmente no importaban ya que lo único que quería era estar con él. Recordaba su primer beso, el primer “te quiero”, las primeras salidas.
Estaba por llegar y ya no aguantaba más, estaba exactamente a 5 cuadras, al 2800 de la calle Iriarte. Pasó por el kiosco en donde él siempre le compraba golosinas, por la florería que llevó ese ramo gigante que él le regaló para su primer mes. “Estoy llegando” le dijo a través de un mensaje de texto y se paró junto a la puerta. Toco timbre y cuando el colectivo frenó, bajó. Caminó por Iriarte y cruzó la calle Magaldi y ahí lo vio, parado, lindo, sonriente. Se acercó, lo besó y le dijo: “Hola mi amor, no sabes lo que fue el viaje”.

Cenizas

Buenos Aires estaba de luto. Tristeza era lo único que se veía. Llanto de miles de autores que reclamaban justicia, hojas rotas, historias que nunca más iban a ser leídas. Nadie entendía por qué se atacaba un lugar tan hermoso como la Biblioteca Nacional.
El humo era constante en las narices de toda la gente que pasaba cerca de la calle Agüero. Decenas de intelectuales sufrían la pérdida de una arquitectura única, de textos canónicos que nunca mas iban a invadir y bañar de conocimiento las mentes de millones de jóvenes.
Muchos abuelos relataban historias a sus nietos de cómo antiguamente las búsquedas de información terminaban siempre en este lugar tan particular. “Pasábamos horas recorriendo sus enormes pasillos, disfrutando del silencio y el bienestar de estar rodeados de tanta cultura”.
Un espacio destruido donde lo único que se respiraba eran intereses similares de personas que buscaban un relajo, un buen momento o un libro amigo. Culpable era ese ejército de dinosaurios que entendía perfectamente el significado oculto de un “simple edificio”. Abusadores de poder que elegían destruir una parte inmensa del espíritu argentino. Intentaban debilitar las mentes intelectuales de la forma más dura que encontraban.
Nadie sonreía en las calles que la rodeaban. Nadie bajaba la miraba ante la figura de poder. Todos reclamaban en silencio porque las palabras no podían abandonar las bocas. No era miedo, era impotencia. Nadie lo podía creer aun viéndolo.
Las calles se encontraban bañadas en cenizas. No importaba la suciedad de las mismas. No interesaba de qué forma estaban dispuestos a “remediar el daño”. Proponían proyectos absurdos: cines que exhibieran películas comerciales donde la gente no tenía que pensar o interpretar más de lo que estaba viendo; centros comerciales para que consumieran todos sus sueldos en productos inservibles. Intentos constantes para idiotizar a todos. Nadie se los permitió. El bombardeo de la Biblioteca Nacional significo un quiebre en la historia Argentina pero al mismo tiempo un renacer. La noche posterior al atentado cientos de jóvenes barrieron la calle Agüero al 2500.

"Es solo la obrera Emma Zunz"

"Huelgas. Siempre lo mismo. Malagradecidos, deberían orar más y protestar menos, dar gracias a dios de todo lo que les doy. No es mi obligación dar más, que aprendan a conformarse. Debo ver de qué forma arreglar esto sin que se pierdan días de producción, no es momento de perder dinero. No hay lugar a la negociación, los sueldos y las horas de trabajo no se van a modificar. “Esta es mi fabrica”, debo dejar eso en claro. Alguien por lo menos está para advertirme, veremos que me cuenta esta mujer. Solo pido a dios que nada de esto me quite mis merecidos billetes. Los dos sabemos que me he esforzado conservándolos.
Me intriga un poco el llamado de la obrera Emma Zunz, siempre pasó casi desapercibida. Es atractiva, joven pero muy atractiva, tiene un poco de misterio. Creo que hasta podría... No, no debo dejar que esos malos pensamientos ocupen mi mente. Solo tengo que conservar la imagen de una sola: difícil es no extrañarla hoy, solo en esta fabrica enorme recuerdo cada una de sus sonrisas. Sigo sin poder borrarla de mi corazón. No entiendo porque la alejaste de mi de esa manera. Sigo llorando su muerte como el primer día.
¿Y ese ruido? No, sin miedo, el perro advertiría cualquier movimiento extraño, además yo mismo cerré la verja. ¿Qué hora es? La obrera debería estar llegando. No viene nadie y el patio sigue tranquilo. No tengo que temer, el perro advertirá cualquier movimiento extraño. He tomado todas las precauciones posibles, nadie podría acceder sin que yo lo notara.
Ahí esta, no debo preocuparme, es solo la obrera Emma Zunz."