miércoles, 23 de junio de 2010

Diario de viaje

Salió de la facultad a las 12:40 con la ilusión de ver su cara lo más rápido posible. Era un viaje ni muy corto, ni muy largo, 1:10 aproximadamente. Cruzó la calle Franklin, caminaba rápido, deseaba que los semáforos estuvieran a su favor, escuchaba a chicas que caminaban adelante y dedujo que iban a bailar esa noche porque nombraban diferentes boliches.
Río de Janeiro no emitía los sonidos que ella imaginaba, no era una ciudad alegre, era una calle más que se interponía entre ella y ese hombre que tanto deseaba ver, la cruzó. Siguió por Troilo donde un labrador gigante le saltó encima, no paraba de babearle la cara, ella sonreía porque, a pesar de la distancia que la separaba de su objetivo, estaba muy feliz. Al llegar a Corrientes descendió por las escaleras mecánicas del subte, línea B, y descubrió que ya no le quedaba saldo en su tarjeta “Monedero”. Con bronca y casi refunfuñando se acercó a la ventanilla y le cargo $15. Se paró junto al andén, esperaba ansiosa la llegada del subte, pasaron 10 minutos hasta que ese maldito tren frenó en la Estación Ángel Gallardo, se subió. Por supuesto y como de costumbre no había asientos libres. Apretando fuerte su cartera y haciendo malabares con su carpeta se acerco a un lugar donde pudo agarrarse, casi tropieza dos veces. El viaje continuaba y parecía eterno, miraba a la gente a su alrededor, les inventaba historias: a donde se dirigirían, cuales serian sus nombres y ocupaciones. Cuando el tren frenó se dio cuenta de que estaba en la Estación Pueyrredón, ya solo faltaba medio camino en ese vagón maloliente.
Llanto. Un bebé no paraba de llorar, ella buscaba entre los asientos donde podía estar y nada, no lo veía. Finalmente se topó con su carita, estaba a upa de su mamà. Una ira enorme subió por su garganta y solo quería gritar, ese tipo de situaciones la llenaban de odio, no entendía la falta de respeto, no entendía como nadie pensaba en el otro, nadie le había cedido el asiento. Consideraba que esa “mala costumbre” no era propia de la juventud ya que mucha gente adulta simuló no ver a la madre con el bebé. Pero de repente y sin pedir permiso esa mirada tierna e ingenua la hipnotizó, la ansiedad y la bronca desaparecieron. El bebé logro transmitirle toda su paz.
Toda esta situación duró unos 8 minutos y cuando quiso darse cuenta ya estaba en la estación Carlos Pelegrini, era hora de bajarse. Luchó contra muchas personas pidiendo permiso hasta que logró descender. Subió las escaleras, caminó derecho, pasó los 2 pasillos que permiten hacer combinación con las líneas C y D hasta que llegó a las escaleras que la guiaron a la avenida que da nombre a esa estación. Ya eran las 13:15, el viaje había sido más largo de lo que ella esperaba, ya estaba demasiado impaciente. Mientras se dirigía a la calle Suipacha sonó su celular, era un mensaje de él que decía: “Te extraño, estas cerca?”. Eso la desesperó aún más, se dio cuenta de que los dos estaban sintiendo lo mismo. Tuvo la suerte de que el 70 decidiera aparecer rápidamente, subió casi volando, “ $1,25 por favor”.

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